El Torreón de Haro acoge la muestra retrospectiva del pintor jarrero Andrés Gil Imaz
La directora general de Cultura, Ana Zabalegui, ha inaugurado la exposición ‘El Mazo (Haro), 1983-2021: visiones de la transformación del paisaje’, una retrospectiva del pintor jarrero Andrés Gil Imaz que se expone en el Museo El Torreón de Haro hasta el próximo día 11 de septiembre. La muestra acoge un recorrido paisajístico por ese emplazamiento emblemático de la ciudad, a través del que narra el paso del tiempo y su influencia en el paisaje, siempre desde la reconocible técnica impresionista del autor.
Zabalegui ha inaugurado la exposición en compañía del propio autor y del concejal de Cultura del Ayuntamiento de Haro, Leopoldo García, entre otros asistentes. En ella, ha puesto en valor la repercusión de un artista que ‘vuelve’ a casa para traer décadas de su obra y deseado que “todos los jarreros y las jarreras acudan a visitarla para sentirse vinculados a imágenes que les van a ser muy familiares, y también al propio público general”. Los asistentes ha destacado también la continuidad expositiva del Museo El Torreón, que mantiene una actividad constante y con gran acogida siempre entre el público.
Volviendo a la exposición, esta aborda la cuestión de la transformación del paisaje a lo largo del tiempo, a causa de la evolución geológica, y de forma más habitual y visible por la acción directa del hombre, y de forma natural consigue incluso una vista documental. De esta forma, ofrece imágenes como ‘La Granja de Aduna desde la ventana (n.o 1 del catálogo)’, de 1983, donde lo que fue un campo de cereal se ha convertido en un sembrado de edificios; o ‘Campos del Mazo (n.o 9)’, de 1995, en el que la extensa llanura ha pasado a ser una urbanizada rotonda con aceras enlosadas, produciéndose un panorama más constreñido y la consiguiente variación cromática.
La obra también destaca y sorprende por el color de las pinturas, utilizado para dar mayor o menor profundidad, a la par que las líneas geométricas de la separación de las parcelas consiguen construir unas perspectivas imaginarias, una distinta realidad física geográfica. Los cuadros ‘Hilera de chopos y campos (n.o 11)’, ‘Huertas junto al Mazo (n.o 14)’, ambos de 1999, y ‘Atardecer en la Urbanización “Los Viñedos” (n.o 15)’, de 2000, aclaran bastante la idea de mayor distancia por el trazado vertical de las líneas en la pintura, a diferencia de la horizontalidad de las fotografías que acompañan.
No se trata de ‘retratar’ el paisaje, se trata de sentirlo y de ahí que el gusto por una u otra forma pueda hacer variar la percepción del espectador. La fotografía, en ese caso, tampoco concede la seguridad de la verdad absoluta de lo que se está viendo. Las distancias van a variar según la predilección del pintor por el enfoque de los accidentes geográficos representados. Esto se puede apreciar en el cuadro titulado ‘El Cerro San Pelayo desde el Mazo (n.o 2)’, de 1988. La misma impresión hay con ‘Retamas en el Camino de Cuzcurritilla (n.o 4)’, de 1991, donde se observa una mayor valoración del montículo del fondo con respecto al camino y ribazo del primer plano. También en ‘Camino y acequia (n.o 5)’, de 1993, o en ‘El Cerro San Pelayo’ desde el ‘Camino de la Esclavitud (n.o 21)’, de 2020, en los que se ha potenciado la silueta del monte, resultando más próxima que en su fotografía.
En general, la técnica impresionista de Gil Imaz, por la utilización de una pincelada más gruesa, parece acercar el objeto o, al menos, hace de este algo más matérico, más palpable, más próximo, en tanto que la mancha de color difuminada lo aleja. Con el juego de estos recursos, ya tenemos un zoom con el que variar aquello que, en principio, parecía inamovible.